Melodia en silencio

El dedo de arrugas y olvido se movió. La tecla se hundió. El martillo inició su pesada trayectoria; pero no sonó nada. Otra lágrima recorrió un valle de arrugas para acabar precipitándose por una gran cascada. Ella y el piano. El piano y ella. Ambos de vejez y olvido. Su mano se acercó a una nota. La bemol. La única que aún sonaba. Su índice la tocó, tembloroso. No sonó. Pues ambos habían olvidado. Piano a sonar, ella a tocar. Negó con la cabeza. No hay nada más triste que un piano mudo y una pianista que olvida sus dedos. Aún me queda Cage, pensó. Y por primera vez en muchos años, sonrió. Y quizás fuese esa la última de sus sonrisas.

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